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Alberto Lista |
1. La generación sevillana “de la Revolución”: entre el
Antiguo y el Nuevo Régimen
Esta generación bien pudiera llamarse de la Revolución, porque
cuando ésta estalla en Francia (1789) cuando la edad media del grupo se
aproxima a los veinte años; también podría calificarla de Ilustrada, puesto que
las coordenadas intelectuales de sus integrantes están determinadas por dicha
ideología; asimismo podría denominarse de la Transición, ya que todos viven
plenamente el cambio del Antiguo al Nuevo Régimen; sin embargo opto por
llamarla Generación de 1808 por varias razones. En primer lugar, porque dicha
fecha marca un hito crucial en nuestra historia contemporánea; luego, porque en
esos días la edad media del grupo se acerca a los cuarenta años, lo que
significa que todos han terminado su formación, que todos están situados
socialmente y que todos se ven obligados a tomar partido por unos hechos que
determinarán su trayectoria posterior.
La Generación sevillana de 1808 está integrada
fundamentalmente por trece hombres, siendo la diferencia de edad entre el mayor
y el menor de catorce años. He aquí los integrantes:
Justino Matute y Gavina (Sevilla, 1764-1830), Joaquín
Mª Sotelo (Almería, 1766-Sevilla, 1831), José Marchena y Ruiz de
Cueto (Utrera, Sevilla, 1768-Madrid, 1821), Manuel Mª del Mármol (Sevilla,
1769-1840), Francisco de Paula Castro (Sevilla, 1771-1827), Manuel
Mª Arjona (Osuna, Sevilla, 1771-Madrid, 1820), José
Mª Roldan (Sevilla, 1771-1828), Félix José Reinoso (Sevilla,
1772-Madrid, 1841), Eduardo Vácquer (Cádiz, 1772-Sevilla, 1804), José
Mª Blanco White (Sevilla, 1775-Liverpool, 1841), Alberto Lista (Sevilla,
1775-1848), Francisco de Paula Núñez y Díaz (Sevilla, 1776-1832) y Manuel López
Cepera (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1778-Sevilla, 1758). A estos trece hombres
deben sumárseles dos epígonos: Fernando Blanco (Sevilla, 1786-1849), hermano de
Blanco White, y Félix Mª Hidalgo (San Fernando, Cádiz, 1789-Huelva,
1835), que, aunque menores de edad, participaron activamente con el grupo.
Ciertamente no todos tienen la misma importancia en el terreno de las ideas, de
la estética o de la historia, pero lo que aquí importa no es su papel
individual, papel que en algunos casos (Blanco White, Lista, Marchena, Reinoso,
Arjona y Mármol) ha sido objeto de estudio, sino su consideración como
generación, su consideración como minoría selecta -y por tanto desarraigada- de
una sociedad que le tocó vivir una de las épocas más interesantes y más
desgarradoras de nuestra historia contemporánea.
[…]
En palabras de Lista, "el grande vínculo que a todos
unía entre sí era el deseo de consagrarse a todos los progresos del saber y a
los buenos principios en todas las facultades, señaladamente en las letras
humanas". Salvo la publicación en 1797 de un tomo titulado Poesías
de una Academia de Letras Humanas, publicación que al decir de Lista
provocó "una verdadera revolución en el gusto y en las ideas de la
sociedad culta de Sevilla", la incidencia en la ciudad de las actividades
realizadas por el grupo es mínima, sin embargo, una vez superada su etapa de
formación y ya asentados socialmente, emprenderán una serie de tareas que sí
repercutirán ampliamente en la sociedad de su tiempo. Estas actividades se
agrupan en torno a la docencia y la prensa. Todos padecen una "obsesiva
preocupación pedagógica" y como herederos de la Ilustración entienden que
la renovación española sólo es posible a partir de un profundo cambio de
mentalidad. Esta modernización que pretenden no es nada fácil y, para abrirse
paso en la selva de la ignorancia, han de combatir contra enemigos anónimos o
contra adversarios declarados, es decir, contra un pueblo alejado de toda
preocupación científica y adormecido por la inercia de la tradición, y contra
ciertos segmentos sociales que en vez de abrirse a las luces se contentan con
burlarse de ellas y vilipendiarlas. Un grupo de estos es el clero (que controla
la enseñanza y la cultura), al que ellos pertenecen y del que recibirán las más
duras críticas, pues nunca les perdonarán la transgresión del orden
establecido. De este desarraigo (ser miembro y no ser reconocido como tal) nace
lo que Abellán denomina "el conflicto del ¡lustrado", pues "al
renegar de una línea considerada como la tradición del catolicismo oficial,
muchos les hicieron aparecer como extranjerizantes (afrancesados) y enemigos
del espíritu nacional".
Este conflicto irá aumentado con el paso del siglo,
acentuándose trágicamente con la llegada de los franceses, momento crucial en
la vida de estos hombres de iglesia que sufren más descarnadamente que otros
sus problemas de fe y de política, pues se hallan entre dos fuegos: por un
lado, su propio grupo social y la tradición católica, que nunca abandonarán, y,
por otro, el compromiso ético con su tiempo que los llevan a adoptar posturas
arriesgadas en personas de su condición.
Los devotos del nuevo espíritu científico, manifestado por
la aceptación de la observación como único método capaz de comprender el mundo
y por el rechazo del principio de autoridad, son una minoría, minoría a la que
pertenecen los hombres del grupo sevillano, sin embargo, hay que advertir que
luchan ya a contracorriente, pues si se educaron en los últimos años del
reinado de Carlos IV, años en los que parece triunfar el programa del
Despotismo Ilustrado, cuando intentan poner en práctica sus conocimientos y
llevar a cabo sus sueños la revolución en el país vecino y el terror
subsiguiente mediatizarán sus ideas porque provocarán que larvadamente comience
a organizarse una vieja tendencia española que estallará con toda virulencia en
los acontecimientos de 1808. Frente a esta tendencia ellos oponen la enseñanza
como único sistema de salvación y la mayoría participará de alguna u otra
manera en la enseñanza. Durante 1803 y 1804, Blanco White sirve sin retribución
alguna la cátedra de Elocuencia y Poesía de la Sociedad Económica, que en 1806,
a petición de Matute y según el plan establecido por el propio Blanco, crea la
cátedra de Humanidades, atendida sucesivamente por Lista, que la deja al ocupar
la cátedra de Retórica y Poética de la Universidad, y Reinoso. Si Arjona se nos
manifiesta como un incansable fundador de academias y Mármol personifica el
autodidactismo impetitente, Lista encarna el maestro que todos los ilustrados
llevaban dentro, pues desde que a los trece años ocupó la cátedra de
Matemáticas de la Sociedad Económica hasta su muerte en 1848 no hizo otra cosa
que fundar colegios, enseñar, dar clases y educar a la mejor juventud de
España, como dijera Larra.
[En concreto Alberto Lista fue el primer director del
Instituto San Isidoro, vinculado a la Universidad de Sevilla y decano de los
centros públicos en la enseñanza secundaria andaluza].
Más repercusión tuvieron como periodistas, actividad que se
divide en dos momentos, antes y después de 1808, fecha que marca el límite
entre una etapa estética-social y otra política. La primera gira en torno a un
solo periódico, El Correo Económico y Literario de Sevilla, y
abarca desde octubre de 1803 hasta mayo de 1808 […]
La revolución de 1808, la invasión napoleónica y la guerra
civil supusieron para el grupo sevillano, como para el resto del país, una
falla en su vida y en sus actividades. El Correo desaparece y en su lugar lo
ocupan otros periódicos. El más importante es el Semanario Patriótico,
que en su etapa sevillana (del 1 de diciembre de 1808 al 31 de agosto de 1809)
dirigen Antillón y Blanco. Al decir de Alcalá Galiano era un periódico muy
próximo a las ideas francesas de 1789 y "el más preciado y respetado, y el
que más influjo ejercía". Para Moreno Alonso es "el exponente más
representativo de la revolución ideológica con anterioridad a la reunión de las
Cortes". El Semanario se convirtió en el órgano de las doctrinas más
avanzadas, en el defensor de la libertad y de la igualdad de todos los
españoles, en un creador de opinión como nunca se había conocido hasta entonces
en España, opinión que al radicalizarse dio lugar a que la Junta Central,
temiendo males mayores, lo cerrara. Sin embargo su semilla arraigó en Sevilla,
pues en torno al periódico creció una tertulia en la que junto a Blanco
encontramos a sus viejos amigos Arjona, Reinoso y Lista, que, tras el cierre y
alentado, protegido y financiado por la Junta, funda El Espectador
Sevillano (del 2 de octubre de 1809 al 29 de enero de 1810)
publicación de carácter doctrinario-político y signo liberal creado
expresamente para explicar los fundamentos del parlamentarismo con el fin de
preparar la monarquía constitucional. Otro periódico es A Sevilla libre,
fundado por López Cepera en 1812 tras el abandono de la ciudad por las tropas
francesas.
2. El exilio liberal
Los liberales escogieron sobre todo
Londres, varios
de ellos bajo la protección de
Lord
Holland (los anteriormente citados, otros previamente expatriados,
como
José María Blanco White, y muchos
otros:
Antonio Alcalá Galiano,
Joaquín Lorenzo Villanueva,
Jaime
Villanueva,
José Canga Argüelles,
Vicente
Salvá,
Antonio Puigblanch,
Francisco Javier Istúriz, etc.) Otros
eligieron
Gibraltar, cuya proximidad les permitía intervenir en las
conspiraciones insurreccionales (la de
Torrijos, 1831 -por las mismas
fechas fue ajusticiada
Mariana
Pineda, que se convirtió, como Torrijos, en un mártir mítico para los
liberales españoles-), y donde también posteriormente tuvieron origen algunos
evangelizadores protestantes (que pudieron entrar en España tras la
revolución de 1868 -
Juan Bautista Cabrera,
Manuel
Matamoros-).
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Mariana Pineda |
En Portugal se radicó otro grupo de exiliados liberales
españoles. En la colonia española de Lisboa conoció
Espronceda a
la que sería su mujer, Teresa Mancha, hija de un militar liberal exiliado
(1826-1827).
La diáspora liberal española fue decisiva para la
internacionalización de la clase política y la difusión de ideas y prácticas
políticas, en ambas direcciones (los españoles se impregnaron de la cultura
europea al tiempo que exportaban una particular imagen
romántica de
España -
exotismo-
y suscitaban un interés serio por su estudio -
hispanismo-).
La difusión exterior de la
Constitución de Cádiz de 1812 fue tal,
que llegó a imponerse como modelo constitucional para en las
revoluciones de 1820 en Portugal e Italia.