El
anciano estaba sentado en su sillón de piel, observando el horizonte a
través del ventanal, mientras sus nietos, todavía pequeños , jugaban a
sus pies.
Sabía
que no podría disfrutar mucho de ellos, ya que su vida poco a poco se
iba consumiendo. Él no había disfrutado de su tiempo, ni de sus hijos.
Ya que siempre estaba vagando de una taberna a otra bebiendo whisky
barato.
-Abuelo, ¿cuándo vamos a comer?- dijo la nieta más mayor, Catalina.
-Pregúntale a tu madre.- Carraspeó-.
El
anciano se levantó lentamente de su sillón y se dirigió al mueble-bar.
Abrió una de las puertas superiores y se sirvió whisky en una gran copa
de balón.
La
madre los llamó para comer. Los niños dejaron los juguetes en el suelo,
desordenados. El abuelo pareció no escuchar, pues de nuevo se sentó en
su cómodo sillón.
El
abuelo soltó su último suspiro, su copa de whisky cayó al suelo
rompiéndose en mil pedazos. Nadie se percató de que la copa cayó al
suelo, todos estaban ocupados, contentos, mientras comían en el salón.
Mientras su alma se desvanecia esto pasaba por su mente.
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por dó me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino estoy olvidado,
a tanto mal no sé por dó he venido:
sé que me acabo, y mas he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.*
*(Cuando
observo en la situación en la que me encuentro, y miro el camino que he
recorrido, me doy cuenta de que todo el tiempo estuve perdido. Aunque
podría haber sido peor, pero al olvidarme de la ruta, se van todos los
males por donde han venido. Al fijarme en el camino, me di cuenta de
todo lo que he perdido),
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